DEL AMOR Y LAS ESTACIONES

Primavera de 1964


Hola, Miguel.

Matilde me dio ayer la carta que me has escrito. Nunca pensé que yo le gustara a ningún chico de la escuela. No soy guapa ni me pongo vestidos bonitos, porque no los tengo. Tú dices que es porque yo no soy como las otras, porque no ando haciendo tonterías, ni estoy riendo siempre por cualquier cosa. Dices que te gusta verme leer en el recreo, en vez de saltar a la comba o andar contando secretos al oído de las amigas. A mí me parece que ésos no son motivos para gustar, pero si tú lo piensas...

No sé si quiero ser tu novia, pero a mí también me gustas. Tú también andas siempre con algún libro en las manos. Y eres el primero de la clase. Pero no es sólo por eso. Es porque tampoco tú eres como los otros chicos. No estás haciendo el burro a cada rato, no vas dando empujones. Hasta cuando jugáis al fútbol parece que tú estés soñando, pensando en otra cosa.

Dicen mis amigas que quieres ser escritor, que escribes versos y que una vez vendiste los zapatos para comprarte libros. A mí me parece que eso no puede ser, pero me emociona y, sólo por eso, te voy a decir que sí que quiero ser tu novia. Bueno, que lo seré cuando pase el tiempo y nos hagamos mayores.

A mí también me gusta la poesía. Me gustan muchos los poemas de Gabriel y Galán. Y los de Campoamor. Y las películas. Siempre que puedo voy al cine y, si quieres, cuando vayamos podemos sentarnos juntos.

Cuando acabemos los estudios, quiero ser maestra. Aunque ya lo soy un poco: Por las tardes les explico a mis padres lo que aprendemos en la escuela cada día. Yo les he enseñado a leer y a escribir. A hacer las cuentas. Esto no lo sabe nadie. Te lo cuento a ti porque dices que quieres ser mi novio. Siempre hemos sido pobres. También tienes que saber que mi abuelo murió en la cárcel, por eso mi padre tuvo que trabajar desde que era niño y no pudo ir a la escuela... Y mi madre, pues parecido. Ya te contaré. A lo mejor por eso tengo tantas ganas de ser maestra y no pienso en casarme y tener un marido y muchos hijos, como mis amigas. Pero si, aún así, sigues queriendo que salgamos, algún día podemos intentarlo.



Verano de 1976


Querido Miguel.

Ayer me llegó tu carta. Sabes que la espero siempre, aunque de sobras sé que es imposible que me escribas todos los días. Estoy deseando que acabes las milicias. Es una faena que, después de todo un año estudiando, te tengas que pasar los tres meses del verano en el campamento... Claro que peor sería que tuvieras que irte a la mili más de un año seguido, como le pasa a la mayoría. Es la única ventaja que le veo a lo de ser mujer, y ojalá y pronto desaparezca esto del ejército, de las armas y las guerras. A ver si ahora, con la democracia que parece venir, todo esto termina. Tendríamos más tiempo para vernos, puesto que estamos de vacaciones en la Universidad. Podríamos ir al cine, que a los dos nos gusta... Aunque tampoco serían muchas veces, porque yo tendría que seguir aprovechando los veranos para trabajar. Necesito el dinero para el curso, porque con la beca no me llega. Pero bueno, ya sabes que en la heladería estoy a gusto; no voy a decir que bien, porque acabamos todos los días a las tantas de la noche, y los fines de semana más tarde que nunca. Además, cuando se atiende al público, hay que aguantar de todo.

Pero no te voy a escribir a ti para quejarme. Bastante tendrás tú como alférez (¡qué mal me suena eso!), soportando las órdenes de los jefes y teniendo que dárselas a los soldados, que casi debe ser peor todavía.

Bueno, pronto acabaremos las carreras. Yo seré profesora de lengua en algún instituto y tú... ¿En qué trabajan los geógrafos? Supongo que también dando clases. Pero me parece que a ti no es eso lo que te gustaría. Qué pena que ya no hagas versos, que ya sólo escribas para revistas especializadas y publicaciones de la Universidad. ¡Con lo que te gusta leer y la sensibilidad qué tienes, qué historias más bellas escribirías! Yo sería tu primera lectora. Pero no te querría más por eso, porque no te podría querer más.

En la primera carta que te escribí , cuando éramos niños, te dije que no pensaba en casarme y tener hijos. Ahora sí. Ahora estoy dispuesta a casarme contigo y tener hijos... En cuanto terminemos la carrera y tenga mi propio trabajo.



Otoño de 1994


Buenos días, Miguel.

Tendría que haberte escrito anoche, tan pronto como llegamos al hotel de Bogotá, pero acabé rendida del viaje y, además, con el cambio de hora, estaba muerta de sueño. Y hoy, a las ocho de la mañana, ya teníamos la sesión inaugural del congreso... Aquí los horarios son como en Europa, no como en España.

Me hubiera gustado que vinieras conmigo a Colombia, tenerte conmigo en la habitación del hotel, dormir a tu lado, hasta haber visto juntos alguna película de aquí... Aunque, ¿qué hubieras hecho durante las horas del día, mientras yo escucho las ponencias de mis colegas? Habrías venido a la mía, supongo. Y tal vez habrías podido visitar a algún amigo de la Facultad de Geografía. Seguro que conoces a más de un geógrafo en este maravilloso país.

Pero también es tranquilizador para mí saber que estás en casa con los niños, que estando contigo no les va a faltar ningún cuidado, que están bien atendidos. Tienen mucha suerte de tener un padre como tú... Y yo de tenerte como marido, como compañero.

Me acuerdo de cuando era pequeña, de cuando íbamos a la escuela, a la misma aula. ¿Te acuerdas de aquella carta que me escribiste para preguntarme si quería ser tu novia? Yo te veía diferente al resto de los niños, me parecías mejor que los demás. Y no me equivocaba. Yo era sólo una niña que no sabía nada de la vida, no podía saberlo, pero se ve que tenía intuición.

Han pasado treinta años y nunca me he arrepentido de ser siempre tu compañera: jugando entonces, estudiando después, viviendo ahora el día a día... incluso cuando el trabajo nos obliga a poner un océano por medio y estar separados miles de kilómetros. He visto que Bogotá es una ciudad hermosa, que nada tiene que ver con la imagen que nos hacemos de ella a través de las noticias que nos llegan por televisión. Me gustaría que estuvieras aquí conmigo, ya te lo he dicho, pero me hace muy feliz saber que en la otra parte del mundo tengo un hogar, en la que me estás esperando.



Invierno de 2015


Miguel, Miguel, Miguel...

Siempre hemos estado juntos. Siempre lo estaremos.

Matilde traía y llevaba nuestras cartas cuando éramos niños. Vivíamos en el mismo pueblo e íbamos a la misma escuela, a la misma clase, pero sólo por escrito podíamos decirnos algunos pensamientos que nos hubiera dado vergüenza confesar de viva voz. Por las noches, yo le enseñaba a leer y escribir a mis padres y tú, en tu cuarto, leías los libros que te habías comprado con el dinero que los tuyos te habían dado para comprar unos zapatos nuevos (no los habías vendido, como decían en la escuela; era sólo que no los habías comprado).

Luego fueron los carteros quienes tendieron puentes para que salváramos las distancias que ocasionalmente nos separaban: los veranos en los que tuviste que hacer las milicias universitarias; cuando, tú por un lado y yo por otro, hicimos los viajes del paso del ecuador y del fin de la carrera; cuando el uno o el otro tuvimos que asistir a algún congreso o hacer algún viaje de trabajo, como aquella vez que estuve en Bogotá, ¿te acuerdas?

¿Puedes acordarte, donde estés, de todas estas cosas: del colegio, de la mili, de los congresos, de las películas que vimos juntos... de las cartas que nos hemos escrito a lo largo de la vida... de Matilde, de los carteros?

¿Quién te hará llegar ahora mi carta? ¿A dónde la enviaré? ¿Cómo podré decirte que te quiero, que te se sigo queriendo, que nunca te voy a dejar de querer?

Nunca olvidaré que, por muy ocupado que estuvieras, por muchas obligaciones que tuvieras, no hubo ni una sola vez que, si te pedí que me acompañaras al cine, que tanto me gusta, me dijeras que no podías. Siempre pudiste, siempre tuviste tiempo para mí. Eso es el amor, aunque nadie lo piense.

Ahora tendré que aprender a vivir sin ti. Aprenderé, pero nunca dejaré de quererte. Siempre te sentiré a mi lado porque siempre estuviste conmigo cuando te necesité, porque siempre tuviste tiempo para mí.

… Sólo que ahora no sé a dónde enviar esta carta. No sé quién te la puede llevar allá donde quiera que estén los hombres buenos que se marchan demasiado pronto de aquí.

Siempre hemos estado juntos. Siempre lo estaremos.


Este relato obtuvo el primer premio en el certamen de relatos "Palabras por Villapalacios"  en 2023)

Y también puedes escucharlo en el vídeo de la lectura que de él hizo Maribel Rubio durante la entrega del premio.