¡SI YO SUPIERA ESCRIBIR!

01 de enero de 2009


No sé si será por la influencia de la prensa y la televisión o por alguna otra razón, pero hace días que ando meditabundo, pensando en todo lo que he descubierto a lo largo del último año; no podría decir con exactitud si lo he aprendido o me lo han enseñado; por si alguien piensa que viene a ser lo mismo, explicaré que lo segundo resulta más doloroso… Y lo segundo debe de ser, puesto que lo aprendido no me ha hecho más sabio, sino más triste.

Que algunos de los países más importantes del mundo (aunque no los más felices), tardaran sólo unos días en reunirse para buscar juntos la salvación del sistema financiero que ha hecho del nuestro un mundo injusto e insolidario; solucionando las dificultades económicas de los bancos y otras entidades financieras, con el dinero de todos los contribuyentes (incluido el de las víctimas del sistema), fue un jarro de agua fría para quienes llevábamos años esperando que se reunieran para ver cómo conseguir los 30.000 millones de dólares (sólo un pequeño porcentaje de lo ofrecido a la banca en unos días), para acabar con el hambre de mil millones de seres humanos.

Es decir, para que nadie tuviera que morir de hambre (lo hace un niño cada cinco minutos, más de cinco millones de niños al año), bastaría con sólo el 40% de lo que el Banco Central Europeo dedicó en un solo día (el 29 de septiembre pasado), a

salvaguardar los beneficios del sistema que provoca esa injusticia, manteniendo así la situación que permite que esto ocurra.

Pero como, dicho de esta manera, lo que escribo tiene tintes de panfleto y sólo puede llegar al corazón de quienes ya piensen como yo, a la vez que le daba vueltas y vueltas a estos datos en mi cabeza, me venían a la mente los divertidos relatos de Wenceslao Fernández Flórez (que denunciaba injusticias haciendo sonreír), chistes del “Hermano Lobo” o “Por favor” (que hasta hacían reír: “dispara al aire para disolver una manifestación y le da a un enano”), o las canciones de algunos cantautores, como Rafael Amor (de quien hablaré el próximo día), que hacen la misma labor, sin renunciar a la ternura ni a la poesía.

¡Si yo supiera escribir! De cuánto podría hablar sin cansaros, y sin necesidad de alejarme de lo que nos es próximo o cotidiano… porque éste que he mencionando, aún pareciéndome el más grave, no ha sido el único jarro de agua fría que me ha caído a lo largo del año recién acabado… Ir perdiendo, día a día, la fe en la Justicia: el caso Mari Luz o la condena a cárcel de una madre a la que se separa de su hijo por algo, tal vez discutible, pero ocurrido hace dos años, son dos ejemplos que dan que pensar, sin salir de España, y a los que se pueden sumar otros aún más cercanos, casos personalmente conocidos, vividos en carne propia y en la de amigos como Camilo Maranchón o Miguel Ángel Carcelén, en los que se ven atropellados los derechos más elementales por los privilegios y prebendas que ante la Justicia tienen las Administraciones Públicas (por muy arbitrariamente que actúen), o la potestad que da el dinero para dilatar y encarecer los procesos, alejando la justicia de quienes no lo tienen... Actuación torpe y a veces caprichosa de Consulados, Juzgados, Ayuntamientos tan cercanos a nosotros, tan nuestros; abusos de multinacionales y grandes (o no tan grandes) compañías petroleras, eléctricas, de telecomunicaciones, turísticas, bancarias… Quien no haya sido pisado, maltratado, humillado, despreciado por alguno de los que cito, que tire la primera piedra, que levante la mano, que me corrija.

¡Si yo supiera escribir! Os haría sonreír con cualquiera de estas historias, despojándola de todo matiz personal para que fuera universal, haciéndola tan pequeña que a todos les llegara, convirtiendo sus lágrimas en canción, en versos los reveses, en charadas el dolor… y transformando cada decepcionante fin de año en una puerta abierta a doce nuevos meses de esperanza.