SERGIO BLANCO
16 de febrero de 2015
Los domingos por la mañana salía a pasear con mi novia. Lo hacíamos cogidos de la mano y, antes de ir a comer a casa de sus padres, entrábamos a una cafetería que hacía esquina en la Avenida del Corazón de Jesús y nos tomábamos una cerveza.
Había una máquina de discos y a mí me gustaba poner esta canción de Sergio y Estíbaliz.
Quién podía imaginar que algún día, tan sólo cuarenta años después, cuando ya no se encontraran máquinas de discos en los bares y hubiera perdido para siempre el rastro de aquella novia; cuando ya no se estilara este tipo de baladas, ni Estíbaliz fuera una muchachita de trenzas largas y lánguida mirada, me entristecería la noticia de la muerte callada de Sergio, Sergio Blanco... Parece que al morir se lleva algo nuestro, algo que creíamos haber dejado olvidado para siempre en la mesa de aquel bar.