HISTORIAS DE NAVIDAD PARA LEER EN VERANO
1 de julio de 2014
Éste, en el que estamos tan lejos de la última Navidad como cerca de la próxima, puede ser un buen momento para contaros un par de historias: Historias de Navidad para leer en la piscina, absortos en la lectura, mientras nuestro cuerpo mojado se seca al sol que nos tuesta la espalda y los juegos de los niños, los saltos desde el trampolín, los chapuzones entre risas, el choque de los vasos y de las jarras frías de cerveza en la terraza del bar, el canto de las cigarras escondidas en los pinares próximos, nos llegan tan lejanos que toda esa algarabía, al mezclarse, se convierte en música, en la banda sonora del relato que estamos leyendo.
… O en la playa, tumbados en la arena, oliendo a mar, escuchando las machaconas canciones de los chiringuitos y el graznido de las gaviotas, el rumoroso batir de las olas que bañan la orilla una y otra vez, incansables, mientras nuestros ojos se levantan del libro, del periódico, de la pantalla del lector y se pierden en un horizonte azul marino, azul celeste, en el que sólo un barquito de velas albas, como los de los cuentos, se atreve a poner una pincelada de blanco.
Historias de Navidad para leer en el hemisferio norte como si fuera el hemisferio sur… O al revés, porque quienes en la otra punta del mundo las leyeran, se asombrarían de ver llegar a los Reyes Magos en sus cansados camellos, mientras al otro lado de sus ventanas la lluvia escurre incansable por los cristales, el viento azota batientes de puertas y ventanas, la noche cae veloz sobre las páginas que pasan y tienen que encender las lámparas cuando apenas son las seis de la tarde.
Claro que para que todo esto ocurriera primero necesitaríamos tener escrito nuestro cuento de Navidad. Supongo que a todos se nos viene enseguida a la cabeza el de Charles Dickens, o alguno de los que leímos en la niñez, cuando diciembre y el año terminaban con villancicos y aguinaldos, mazapanes y turrones, belén nevado con polvos de talco y carta escrita a los Reyes Magos, a San Nicolás, al Niño Dios o al Viejito Pascuero para pedirles el juguete con el que habíamos soñado toda la vida en las últimas semanas.
Durante las Navidades pasadas (ésas que están tan lejos de hoy como cerca están las próximas que han de venir), me hice la foto que ahora os acompaño. Pensé que me vendría bien para ilustrar alguna de las historias que ya habían empezado a dar vueltas por mi cabeza, y que tendrían que ver con la Navidad y con las librerías, por lo menos con dos que mencionaré expresamente: la librería “Circus”, de Albacete, y la de Ana y Marcial (en realidad es una papelería y se llama “Diseño y Gestión”), que está en Requena y a la que pertenece el escaparate de la foto.
“Circus” es una librería de lance, de libros usados. Me llamó la atención porque en su escaparate anunciaba que aceptaba libros usados como método de pago. Uno lleva aquéllos de los que se quiere deshacer, se los valoran y le dan un vale por su importe, que le sirve para pagar los que compre. Casi todos los que se ofrecen son usados, pero están bien cuidados, clasificados, colocados en el estante preciso y con su precio puesto en la primera página. Y ahí, al hojear uno de ellos, es donde saltó la chispa que me hizo pensar en que alguna vez os tendría que contar todo esto, empezando por cómo llegué hasta su puerta un día de diciembre, buscando regalos de Navidad, después de haber recorrido a pie el parque de la ciudad, añorando la niñez y los juegos infantiles, recordando años nuevos que amanecieron nevados, conciertos de banda de música en el templete, a mi prima Esperanza comprándome un helado de mantecado en un carrito de madera; la calle Ancha, la plaza del Altozano y sus jardincillos, regados por surtidores de finos chorros de agua en torno a los que beben mariposas de todos los colores; el antiguo ayuntamiento, que parece una casita de cuento; el paseo de la Libertad, en el que aún recuerdo a los coches de caballos, dispuestos a llevarte a tu lugar de destino, como si aún no existiesen los taxis; el Palacio de la Diputación, duplicándose en su propio espejo; el entrañable Teatro Circo, tan moderno por fuera y tan igual que siempre por dentro... Supongo que de él ha tomado el nombre esta pequeña librería, que queda justo enfrente, en la que he encontrado este libro cuyo precio, marcado como todos en la esquina superior derecha de su primera página, es de “cero” euros.
El vendedor me explica que tiene un pequeño defecto y que, antes que tirarlo o romperlo, prefiere que se lo lleve gratis quien lo quiera conservar. Me emociona, a mí que tanto me duele ver como rompen en los rastros los libros viejos que no han podido vender, para que nadie se los lleve sin haberlos pagado como mercancía. Me emociona y decido dejarlo de nuevo en su lugar para que alguien más lo encuentre, para que alguien más se asombre y, como yo, también se emocione viendo que en esa librería hay libros esperando a alguien que los quiera rescatar.
Ésta podía ser una historia de Navidad, de Navidad y libros, de Navidad y librerías, pero aún hay otra con la que poner punto final a esta entrada: En el escaparate de una papelería por la que paso cada día, camino de mi trabajo (la librería de Ana y Marcial, que yo digo; “Diseño y gestión”, que reza su rótulo), una mañana encuentro una lámina coloreada, con algunos dibujos y el inicio del Cuento de Navidad de Charles Dickens. Parece un reclamo más, como el cartel que ahora, seis meses después, anuncia mi última novela; pero al día siguiente, junto a la primera, hay otra lámina, con nuevos dibujos y la continuación del texto. Y un día después está la tercera parte, y al siguiente la cuarta, y la quinta… Y así hasta que la mañana del día veinticuatro de diciembre el cuento de Dickens está completo y ha cubierto totalmente el escaparate: Cualquier paseante puede pararse a leerlo… o a terminar de leerlo si, como los antiguos lectores de novelas por entregas, lo ha ido siguiendo día a día. Paso a darle las gracias a Marcial, a quien conozco y admiro como musicólogo. Él me cuenta que la idea ha sido de Ana, su mujer, y yo pienso que no sólo ha sido una buena idea, sino una idea bella y que podría ser una historia de Navidad que contar en mi blog… aunque sea seis meses después, cuando esa Navidad esté ya igual de lejos que la siguiente que ha de venir.